jueves, 16 de julio de 2009

Velázquez por Luis Caballero (El Aguilucho, 1960)


"Un gran pintor que no es ninguno de los grandes pintores", dice Ortega y Gasset refiriéndose a Velázquez, una de las más grandes figuras del arte universal. Y lo dice con razón, porque se le tiene injustamente olvidado y desconocido. La causa de este olvido la podemos encontrar en su vida, que no tuvo dificultades ni escndalos que pudieran llamr la atención de sus contemporáneos . Y así, cuando llega a Madrid, a los veintitrés años, y es nombrado pintor del Rey, todas las opiniones le son contrarias a causa de la oscuridad de su nombre. La fama que le da este nombramiento se acaba pronto porque ninguna de las obras que pinta sale de palacio, donde sólo son vistas por los amigos del Rey y donde permanecen, por más de doscientos años, ocultas al público, a los críticos, a la luz y a la posteridad. Caso contrario a la de cualquier otro de los pintores de su época, que además de pintar para particulares hacían cuadros religiosos que se podían ver en las iglesias.

Por eso cuando hizo su primer viaje a Italia a instancias de Rubens, era totalmente desconocido allí, y veinte años después, en su segundo viaje, cuando ya había hecho la mayor parte de su obra, las atenciones que se le hicieron no fueron dirigidas a él como pintor, sino como amigo personal del Rey Felipe IV.


El príncipe Baltasar Carlos, 1635-1636, óleo sobre lienzo, 209x173 cms Museo El Prado, Madrid


Después de su muerte la fama de Velázquez desaparece por completo, y sólo la vemos resurgir por un momento, con Goya, quien lo compara con Rembrandt, y con los ingleses de fines del siglo XVIII que lo llegan a llamar "pintor de pintores". Pero fuera de esto sigue siendo desconocido hasta que a finales del siglo XIX es descubierto por los impresionistas, pintores que como él pintaron la luz y pintaron la atmósfera. Pero hacia 1920, cuando declina el impresionismo, declina también la fama de Velázquez.




Las Meninas, 1656, óleo sobre lienzo, 310 x 276 cms, Museo El Prado, Madrid


Velázquez es un pintor sin altibajos, y aunque pintó poquísimo, su obra va siendo siempre de una constante superación. Desde los bodegones pintados en Sevilla, influídos por el Caravaggio y su violento claroscuro, Las Hilanderas, va desprendiéndose poco a poco de las influencias, se olvida de modelar y de dar la impresión de volumen, se aleja de la escultura hacia la pura pintura que tiene su máximo desarrollo en él y principalmente en dos de sus grandes obras: Las Meninas y Las Hilanderas. Aquí ya no se ve el dibujo, sino que se dibuja con el color, se descompone el objeto en puros valores lumínicos. Pinta el espacio, el aire, lo que hoy llamaríamos impresionismo y que calificaron muy bien sus contemporáneos diciendo que "pintaba la luz".

Las Hilanderas, 1657, óleo sobre lienzo, 220 x 289 cms, Museo El Prado, Madrid

Como ya dijimos, la cantidad de obras de Velázquez es muy escasa. Ha tratado de explicarse esto diciendo que sus obligaciones en la Corte no le dejaban tiempo, pero, en realidad, a pocos pintores les ha sobrado tanto tiempo como a Velázquez. Fue contratado para pintar al Rey, le correspondió con más de cuarenta retratos. Fuera de estos, sus demás obras fueron hechas por su propia voluntad, sin tener que complacer ni al cliente ni al público, y por eso en ellas sólo se enfrenta a problemas de técnica, pintando por pintar, tratando de superarse, y así sus cuadros son pocos pero magistrales.

Hagamos un recuento de sus principales obras: Velázquez joven, en Sevilla, pinta bodegones y cuadros religiosos de estilo caravaggiesco, de los cuales el principal es El Aguador, y retratos que hacen que sea llamdo a Madrid como pintor de cámara del Rey. De aquí en adelante su obra será de constante superación. En sus primeros retratos del Rey y de algunos bufones ya trata de superar asperezas del dibujo y simplificar la manera de realizar las formas. Más tarde llega Rubens a la Corte e influye sobre él, haciéndole suprimir las sombras negras, aclarar el colorido como se ve en Los Borrachos, y principalmente decidiéndolo a viajar a Italia a estudiar a los maestros venecianos.

Este estudio cuaja La Túnica de José y La Fragua de Vulcano pintados allá, en los que se ve la influencia del Tiziano y del Tintoretto en la forma de tratar el desnudo masculino, y cuando vuelve a Madrid comienza a pintar de una nueva manera, que él llamó "plana", en la que deja el plasticismo de las figuras y trata de suprimir totalmente el volumen de los objetos. De este período son los retratos en traje de caza; un poco anterior es el cuadro de La Rendición de Breda, en que todavía se puede observar restos del antiguo plasticismo. Velázquez se encuentra en plena madurez, lo mismo que su técnica que cada vez se hace más fluída y con una interpretación cada vez más lograda del ambiente, pinta al Duque de Módena, al Felipe "de Fraga", al "Primo", al escultor Martínez Montañés; cuadros en que se va notando esta evolución, hasta que llega un momento en que se estanca, no avanza más y comprendiendo que necesita otras influencias parte de nuevo para Italia con el encargo de traer cuadros para el Alcázar madrileño. Allí permanece tres años, años en los que pinta mucho, y aunque la mayoría de estas obras se han perdido, las que nos quedan nos muestran el desenvolvimiento de una nueva etapa en su arte. Su impresionismo aumenta con el estudio de los venecianos. Destaca en primer término la fluidez del aire, envolviendo todo el cuadro en una atmósfera propia, pero sin que desaparezcan los valores plásticos y de relieve no sólo el conjunto, si no de cada parte aislada, en contraposición con su período anterior; y es éste el secreto de sus últimas obras en las que, como en una gran visión de conjunto se muestra al espectador como una imagen lejana, en la que todos los detalles están captados, todo se encuentra en su sitio preciso y nada se pierde.

Papa Inocencio X, 1650, óleo sobre lienzo, 140 x 120 cms, Galería Doria - Pamphili, Roma
En este segundo viaje realizó obras tan importantes como el retrato de su criado el moro Pareja, el del Papa Inocencio X, que no sólo es maravilloso por la forma en que están tratados los diferentes tonos de rojo, sino por la extraordinaria interpretación del carácter humano. También de este período nos ha quedado algo que es indudablemente más importante para la historia de la pintura. Me refiero a los dos paisaje de la Villa Médicis, en los que ya se encuentran planteados y resueltos completamente problemas que habrían de preocupar a los impresionistas franceses del siglo XIX.


Ya de regreso en España, y durante sus últimos nueve años de vida, Velázquez en lugar de desmejorar con la vejez, ejecuta sus mejores obras. Entre estas sobresalen en general los retratos de infantes e infantas, principalmente los de Felipe Próspero y Margarita, a los que se complace en pintar una y otra vez y en los que se ve, junto con la sensación atmosférica, una pincelada fluída que hasta ese tiempo sólo había tenido su contemporáneo Frans Hals. Y así pinta La Venus del Espejo, La Coronación de la Virgen, en una gama agria de morados y rojos, Los Ermitaños San Antonio y San Pablo, y principalmente sus dos obras capitales: Las Meninas y Las Hilanderas, en las que reproduce de forma naturalista la atmósfera que hay entre los personajes y el observador, logrando esa sensación aérea y real en que llega a pintar, sin el lirismo musical de alguno pintores como Claudio de Lorena y sin el afán escultórico de otros como el propio Miguel Angel, la pintura más pintura que haya habido hasta nuestros días.

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