jueves, 16 de julio de 2009

Andrés Santa María por Luis Caballero (El Aguilucho - 1960)


Andrés de Santa María es el mejor pintor que ha tenido Colombia. Un magnífico pintor que por desgracia vivió casi toda su vida fuera del país, en Francia y en Bélgica, sin influir para nada en nuestra pintura. Pero en este artículo no voy a hablar de su vida, sino de su obra como pintor y especialmente de los cuadros que se guardan en el Museo Nacional.


Hay en la rotonda del Museo Nacional dos grandes obras suyas: Lavanderas del Sena y Paseo en la playa. La primera es una obra de su juventud, pintada hacia el año 1887; un magnífico cuadro de dibujo impecable, en una maravillosa armonía de grises y verdes. El otro cuadro Paseo en la playa, ya es una obra de su madurez; Santa María ha evolucionado hacia el impresionismo, son las sombras moradas en la arena amarilla, los verdes junto a los rojos, los anaranajados con los azules, yuxtaponiendo los tonos de color puro, trabajando a grandes manchas con fuertes empastes; el color, que antes se veía reprimido, ahora inunda el cuadro; no hay atrevimiento colorístico que no acometa; es verdaderamente un triunfo del color.



El Lavadero sobre el Sena, 1887, óleo sobre tela, 200 x 302 cms, Museo Nacional de Colombia Bogotá



Esa evolución también se puede ver en otros dos cuadros que guarda el Museo. Son dos marinas. La primera es un cuadro pequeño, trabajado a conciencia en una gama de pardos y de grises neutros, con el color muy fluído, pero que indica ya los posteriores alardes del pincel. La otra es una bellísima armonía azul.

Azul el mar, azul el cielo, azules los montes, una maravillosa gradación de azules a los que se da movimiento con una gran espiral blanca; una espiral que se inicia en la playa, continúa en la espuma de las olas y va a enroscarse en las nubes. Se puede decir que la primera es una mancha gris mientras que la segunda es una maravillosa y rutilante mancha azul.

Pero donde verdaderamente resplandecen los colores de Santa María es en sus figuras y retratos. Así, está el cuadro de la Anunciación con una característica composición en semicirculo y un fondo rojo violento; ese rojo tan común en Santa María y que aparece en muchas de sus obras, principalmente en los fondos, como sucede en esta Anunciación, en varias pequeñas figuras y en uno de sus autorretratos. Este autorretrato es un cuadro magnífico, una pintura excepcional, en la que aparece el pintor vestido de un negro profundo, con sombrero también negro, y que junto con el fondo rojo hacen resaltar al máximo la blancura de la cara y de las manos. Es una obra maestra, uno de esos cuadros delante de los cuales uno se siente incómodo, debido a la intensa sensación de vida que muestran, y que nos hacen parecer que son ellos los que nos observan a nosotros. Lo mismo sucede con otro de sus cuadros, que también está en el Museo, y que es en mi opinión el mejor, junto con el autorretrato: me refiero al cuadro titulado Tres Santas, título que poco tiene que ver con el cuadro, y que sólo se debe a unas casi invisibles aureolas que rodean las cabezas de las figuras. Estas tres figuras, tres bustos, son sin duda alguna retratos de una misma persona; los dos de los lados sin acabar, apenas insinuados, tal vez de intento para hacer resaltar más la figura central, la figura de una mujer que nos mira extática con una mirada alucinante, dulce y maravillosa; una figura en la que Santa María se superó como pintor. En esa cara están reunidos su virtuosismo, su maestría, su dominio del color: es una cara lograda genialmente, una cara en la que resplandecen los amarillos, los rojos, los naranjas, los verdes, los lilas, subordinados todos para dar una expresión luminosa sin igual. Una cara de la que se puede decir que cumple plenamente el consejo de Vasari cuando dice que "los colores deben brillar como joyas".

En sus últimas obras Santa María decae notablemente. Ya no tiene esa mano segura, los colores no tienen su antigua brillantez, son obras ya son de decadencia, pudiendo verse esta diferencia entre un nuevo autorretrato y el anterior. pero sin embargo, en varias de estas últimas obras, generalmente de tamaño reducido, se ve todavia el antiguo vigor: como en esa Caída del Señor, o en varias marinas diminutas, en que de nuevo los colores brillan en toda su pureza.

Autorretrato, 1942, óleo sobre tela, 71,5 x 54 cms, Museo Nacional de Colombia, Bogotá


Aunque Santa María fue un pintor muy personal, es indudable que tuvo influencias que asimiló completamente. Así, en ese pequeño cuadro de varios desnudos la de Renoir está clarísima; es el Renoir del período nacarado, con sus desnudos de piel reverberante. Pero en este caso más que de influencia se puede hablar de una evocación de Renoir. En cambio, me parece que Santa María estuvo influenciado especialmente en sus principales características: el color y la técnica, ambas desde mi punto de vista heredadas de Monticelli, ese gran preimpresionista francés que tiene los mismos rutilantes colores de Santa María y que pintó con los mismos fuertes empastes, a grandes manchones, generalmente con los dedos desdeñando los pinceles, y cuyos cuadros dan ese efecto de escarchado de colores que vemos en las obras de Santa María.

Esta es la obra de Andrés Santa María, el mejor de los pintores colombianos, quien aunque siempre fue desconocido aquí, no lo fue donde vivió: en Bélgica y en Francia, donde no sólo conocio a los grandes artistas de su tiempo si no que fue íntimo amigo de algunos de ellos, como Bourdelle, el discípulo preferido de Rodin, quien comprendio verdaderamnete la obra de Santa María, como se observa en una de sus cartas a nuestro pintor:

"Querido Santa María: Deseo ir a visitarlo, sentarme cerca del pintor y ver sus bellos y sólidos trabajos; todo lo que de usted me dicen me interesa. No comprendo que se pueda tratar la materialidad de la pintura de manera diferente a como usted lo hace. Era dificíl que la opinión de sus compatriotas no fuera de plena admiración. Ha pintado para ellos una gran página".

No hay comentarios:

Publicar un comentario