lunes, 8 de junio de 2009







Luis Caballero murió a los cincuenta años, la edad en que los pintores empiezan a pintar lo que quieren. Sin embargo, durante treinta años pintó lo que quiso: la violencia y el sexo de los hombres, mas no de la forma en que quería hacerlo. Tuvo que seguir, hacia atrás, la vía real del arte de Occidente. A partir del expresionismo baconiano se remontó al romanticismo y al manierismo hasta llegar a su fuente de libertad: Miguel Ángel.
La pintura de Caballero –o más bien su dibujo: dibujo de escultor que nunca hizo escultura y no de dibujante que pinta- tiene esta rabia, esta tensión y al mismo tiempo este natural que no se encuentra sino en el punto extremo del talento dominado por el rigor no solamente técnico sino sobre todo intelectual. Caballero pinta con las tripas pero los que trabajan son sus dedos y la que manda siempre es su cabeza.
Un pintor enloquecido por el cuerpo pero sin locura. Un pintor enloquecido de violencia pero para quien la violencia no es sino un pretexto para la pintura. Un pintor. No hay muchos.

Antonio Caballero






Fotografía Olga Lucía Jordán.

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