sábado, 25 de julio de 2009

Proyección de videos.

MIÉRCOLES 22 DE JULIO, 5:00 P.M.
"Es el cuerpo lo que yo quiero decir"
Productor: Universidad Nacional de Colombia Ronald Ojeda
Realizador: Ronald Ojeda
Duración: 46'
Año:2008
MARTES 28 DE JULIO 5:00 P.M.
"Extremo límite"
Dirección: Henry Laguado
Duración: 10 minutos
Año: 1982

Foro con HENRY LAGUADO


MIÉRCOLES 29 DE JULIO

"Cara a cara: Especial Luis Caballero"
Productor: caracol
Entrevistador: Darío Arizmendi
Duración:25'
Año:1990
"El Gran telón"
Productor: Audiovisuales
Realizador: Diego Carrizosa
Duración: 25'
Año:1991Foro con Diego Carrizosa

viernes, 17 de julio de 2009

Dos textos de Luis Caballero y uno de Marta Traba

Luis caballero cuando era estudiante del Gimnasio Moderno
Para su charla del pasado miércoles 15 de julio Carlos Salazar Arenas, profesor de dibujo del colegio Gimnasio Moderno donde estudió Luis Caballero, al investigar en la publicación El Aguilucho de los alumnos del colegio encontró unos artículos sobre arte escritos por Luis Caballero en 1960, año en que él cursaba sexto bachillerato, y un artículo especial para la revista de Marta Traba, seguramente escrito a petición de Luis ya que por esa época ella conoció sus primeros trabajos y le gustaron.

Hemos querido compartir estos textos hasta ahora desconocidos para nosotros, con los seguidores del Blog.

jueves, 16 de julio de 2009

Andrés Santa María por Luis Caballero (El Aguilucho - 1960)


Andrés de Santa María es el mejor pintor que ha tenido Colombia. Un magnífico pintor que por desgracia vivió casi toda su vida fuera del país, en Francia y en Bélgica, sin influir para nada en nuestra pintura. Pero en este artículo no voy a hablar de su vida, sino de su obra como pintor y especialmente de los cuadros que se guardan en el Museo Nacional.


Hay en la rotonda del Museo Nacional dos grandes obras suyas: Lavanderas del Sena y Paseo en la playa. La primera es una obra de su juventud, pintada hacia el año 1887; un magnífico cuadro de dibujo impecable, en una maravillosa armonía de grises y verdes. El otro cuadro Paseo en la playa, ya es una obra de su madurez; Santa María ha evolucionado hacia el impresionismo, son las sombras moradas en la arena amarilla, los verdes junto a los rojos, los anaranajados con los azules, yuxtaponiendo los tonos de color puro, trabajando a grandes manchas con fuertes empastes; el color, que antes se veía reprimido, ahora inunda el cuadro; no hay atrevimiento colorístico que no acometa; es verdaderamente un triunfo del color.



El Lavadero sobre el Sena, 1887, óleo sobre tela, 200 x 302 cms, Museo Nacional de Colombia Bogotá



Esa evolución también se puede ver en otros dos cuadros que guarda el Museo. Son dos marinas. La primera es un cuadro pequeño, trabajado a conciencia en una gama de pardos y de grises neutros, con el color muy fluído, pero que indica ya los posteriores alardes del pincel. La otra es una bellísima armonía azul.

Azul el mar, azul el cielo, azules los montes, una maravillosa gradación de azules a los que se da movimiento con una gran espiral blanca; una espiral que se inicia en la playa, continúa en la espuma de las olas y va a enroscarse en las nubes. Se puede decir que la primera es una mancha gris mientras que la segunda es una maravillosa y rutilante mancha azul.

Pero donde verdaderamente resplandecen los colores de Santa María es en sus figuras y retratos. Así, está el cuadro de la Anunciación con una característica composición en semicirculo y un fondo rojo violento; ese rojo tan común en Santa María y que aparece en muchas de sus obras, principalmente en los fondos, como sucede en esta Anunciación, en varias pequeñas figuras y en uno de sus autorretratos. Este autorretrato es un cuadro magnífico, una pintura excepcional, en la que aparece el pintor vestido de un negro profundo, con sombrero también negro, y que junto con el fondo rojo hacen resaltar al máximo la blancura de la cara y de las manos. Es una obra maestra, uno de esos cuadros delante de los cuales uno se siente incómodo, debido a la intensa sensación de vida que muestran, y que nos hacen parecer que son ellos los que nos observan a nosotros. Lo mismo sucede con otro de sus cuadros, que también está en el Museo, y que es en mi opinión el mejor, junto con el autorretrato: me refiero al cuadro titulado Tres Santas, título que poco tiene que ver con el cuadro, y que sólo se debe a unas casi invisibles aureolas que rodean las cabezas de las figuras. Estas tres figuras, tres bustos, son sin duda alguna retratos de una misma persona; los dos de los lados sin acabar, apenas insinuados, tal vez de intento para hacer resaltar más la figura central, la figura de una mujer que nos mira extática con una mirada alucinante, dulce y maravillosa; una figura en la que Santa María se superó como pintor. En esa cara están reunidos su virtuosismo, su maestría, su dominio del color: es una cara lograda genialmente, una cara en la que resplandecen los amarillos, los rojos, los naranjas, los verdes, los lilas, subordinados todos para dar una expresión luminosa sin igual. Una cara de la que se puede decir que cumple plenamente el consejo de Vasari cuando dice que "los colores deben brillar como joyas".

En sus últimas obras Santa María decae notablemente. Ya no tiene esa mano segura, los colores no tienen su antigua brillantez, son obras ya son de decadencia, pudiendo verse esta diferencia entre un nuevo autorretrato y el anterior. pero sin embargo, en varias de estas últimas obras, generalmente de tamaño reducido, se ve todavia el antiguo vigor: como en esa Caída del Señor, o en varias marinas diminutas, en que de nuevo los colores brillan en toda su pureza.

Autorretrato, 1942, óleo sobre tela, 71,5 x 54 cms, Museo Nacional de Colombia, Bogotá


Aunque Santa María fue un pintor muy personal, es indudable que tuvo influencias que asimiló completamente. Así, en ese pequeño cuadro de varios desnudos la de Renoir está clarísima; es el Renoir del período nacarado, con sus desnudos de piel reverberante. Pero en este caso más que de influencia se puede hablar de una evocación de Renoir. En cambio, me parece que Santa María estuvo influenciado especialmente en sus principales características: el color y la técnica, ambas desde mi punto de vista heredadas de Monticelli, ese gran preimpresionista francés que tiene los mismos rutilantes colores de Santa María y que pintó con los mismos fuertes empastes, a grandes manchones, generalmente con los dedos desdeñando los pinceles, y cuyos cuadros dan ese efecto de escarchado de colores que vemos en las obras de Santa María.

Esta es la obra de Andrés Santa María, el mejor de los pintores colombianos, quien aunque siempre fue desconocido aquí, no lo fue donde vivió: en Bélgica y en Francia, donde no sólo conocio a los grandes artistas de su tiempo si no que fue íntimo amigo de algunos de ellos, como Bourdelle, el discípulo preferido de Rodin, quien comprendio verdaderamnete la obra de Santa María, como se observa en una de sus cartas a nuestro pintor:

"Querido Santa María: Deseo ir a visitarlo, sentarme cerca del pintor y ver sus bellos y sólidos trabajos; todo lo que de usted me dicen me interesa. No comprendo que se pueda tratar la materialidad de la pintura de manera diferente a como usted lo hace. Era dificíl que la opinión de sus compatriotas no fuera de plena admiración. Ha pintado para ellos una gran página".

Velázquez por Luis Caballero (El Aguilucho, 1960)


"Un gran pintor que no es ninguno de los grandes pintores", dice Ortega y Gasset refiriéndose a Velázquez, una de las más grandes figuras del arte universal. Y lo dice con razón, porque se le tiene injustamente olvidado y desconocido. La causa de este olvido la podemos encontrar en su vida, que no tuvo dificultades ni escndalos que pudieran llamr la atención de sus contemporáneos . Y así, cuando llega a Madrid, a los veintitrés años, y es nombrado pintor del Rey, todas las opiniones le son contrarias a causa de la oscuridad de su nombre. La fama que le da este nombramiento se acaba pronto porque ninguna de las obras que pinta sale de palacio, donde sólo son vistas por los amigos del Rey y donde permanecen, por más de doscientos años, ocultas al público, a los críticos, a la luz y a la posteridad. Caso contrario a la de cualquier otro de los pintores de su época, que además de pintar para particulares hacían cuadros religiosos que se podían ver en las iglesias.

Por eso cuando hizo su primer viaje a Italia a instancias de Rubens, era totalmente desconocido allí, y veinte años después, en su segundo viaje, cuando ya había hecho la mayor parte de su obra, las atenciones que se le hicieron no fueron dirigidas a él como pintor, sino como amigo personal del Rey Felipe IV.


El príncipe Baltasar Carlos, 1635-1636, óleo sobre lienzo, 209x173 cms Museo El Prado, Madrid


Después de su muerte la fama de Velázquez desaparece por completo, y sólo la vemos resurgir por un momento, con Goya, quien lo compara con Rembrandt, y con los ingleses de fines del siglo XVIII que lo llegan a llamar "pintor de pintores". Pero fuera de esto sigue siendo desconocido hasta que a finales del siglo XIX es descubierto por los impresionistas, pintores que como él pintaron la luz y pintaron la atmósfera. Pero hacia 1920, cuando declina el impresionismo, declina también la fama de Velázquez.




Las Meninas, 1656, óleo sobre lienzo, 310 x 276 cms, Museo El Prado, Madrid


Velázquez es un pintor sin altibajos, y aunque pintó poquísimo, su obra va siendo siempre de una constante superación. Desde los bodegones pintados en Sevilla, influídos por el Caravaggio y su violento claroscuro, Las Hilanderas, va desprendiéndose poco a poco de las influencias, se olvida de modelar y de dar la impresión de volumen, se aleja de la escultura hacia la pura pintura que tiene su máximo desarrollo en él y principalmente en dos de sus grandes obras: Las Meninas y Las Hilanderas. Aquí ya no se ve el dibujo, sino que se dibuja con el color, se descompone el objeto en puros valores lumínicos. Pinta el espacio, el aire, lo que hoy llamaríamos impresionismo y que calificaron muy bien sus contemporáneos diciendo que "pintaba la luz".

Las Hilanderas, 1657, óleo sobre lienzo, 220 x 289 cms, Museo El Prado, Madrid

Como ya dijimos, la cantidad de obras de Velázquez es muy escasa. Ha tratado de explicarse esto diciendo que sus obligaciones en la Corte no le dejaban tiempo, pero, en realidad, a pocos pintores les ha sobrado tanto tiempo como a Velázquez. Fue contratado para pintar al Rey, le correspondió con más de cuarenta retratos. Fuera de estos, sus demás obras fueron hechas por su propia voluntad, sin tener que complacer ni al cliente ni al público, y por eso en ellas sólo se enfrenta a problemas de técnica, pintando por pintar, tratando de superarse, y así sus cuadros son pocos pero magistrales.

Hagamos un recuento de sus principales obras: Velázquez joven, en Sevilla, pinta bodegones y cuadros religiosos de estilo caravaggiesco, de los cuales el principal es El Aguador, y retratos que hacen que sea llamdo a Madrid como pintor de cámara del Rey. De aquí en adelante su obra será de constante superación. En sus primeros retratos del Rey y de algunos bufones ya trata de superar asperezas del dibujo y simplificar la manera de realizar las formas. Más tarde llega Rubens a la Corte e influye sobre él, haciéndole suprimir las sombras negras, aclarar el colorido como se ve en Los Borrachos, y principalmente decidiéndolo a viajar a Italia a estudiar a los maestros venecianos.

Este estudio cuaja La Túnica de José y La Fragua de Vulcano pintados allá, en los que se ve la influencia del Tiziano y del Tintoretto en la forma de tratar el desnudo masculino, y cuando vuelve a Madrid comienza a pintar de una nueva manera, que él llamó "plana", en la que deja el plasticismo de las figuras y trata de suprimir totalmente el volumen de los objetos. De este período son los retratos en traje de caza; un poco anterior es el cuadro de La Rendición de Breda, en que todavía se puede observar restos del antiguo plasticismo. Velázquez se encuentra en plena madurez, lo mismo que su técnica que cada vez se hace más fluída y con una interpretación cada vez más lograda del ambiente, pinta al Duque de Módena, al Felipe "de Fraga", al "Primo", al escultor Martínez Montañés; cuadros en que se va notando esta evolución, hasta que llega un momento en que se estanca, no avanza más y comprendiendo que necesita otras influencias parte de nuevo para Italia con el encargo de traer cuadros para el Alcázar madrileño. Allí permanece tres años, años en los que pinta mucho, y aunque la mayoría de estas obras se han perdido, las que nos quedan nos muestran el desenvolvimiento de una nueva etapa en su arte. Su impresionismo aumenta con el estudio de los venecianos. Destaca en primer término la fluidez del aire, envolviendo todo el cuadro en una atmósfera propia, pero sin que desaparezcan los valores plásticos y de relieve no sólo el conjunto, si no de cada parte aislada, en contraposición con su período anterior; y es éste el secreto de sus últimas obras en las que, como en una gran visión de conjunto se muestra al espectador como una imagen lejana, en la que todos los detalles están captados, todo se encuentra en su sitio preciso y nada se pierde.

Papa Inocencio X, 1650, óleo sobre lienzo, 140 x 120 cms, Galería Doria - Pamphili, Roma
En este segundo viaje realizó obras tan importantes como el retrato de su criado el moro Pareja, el del Papa Inocencio X, que no sólo es maravilloso por la forma en que están tratados los diferentes tonos de rojo, sino por la extraordinaria interpretación del carácter humano. También de este período nos ha quedado algo que es indudablemente más importante para la historia de la pintura. Me refiero a los dos paisaje de la Villa Médicis, en los que ya se encuentran planteados y resueltos completamente problemas que habrían de preocupar a los impresionistas franceses del siglo XIX.


Ya de regreso en España, y durante sus últimos nueve años de vida, Velázquez en lugar de desmejorar con la vejez, ejecuta sus mejores obras. Entre estas sobresalen en general los retratos de infantes e infantas, principalmente los de Felipe Próspero y Margarita, a los que se complace en pintar una y otra vez y en los que se ve, junto con la sensación atmosférica, una pincelada fluída que hasta ese tiempo sólo había tenido su contemporáneo Frans Hals. Y así pinta La Venus del Espejo, La Coronación de la Virgen, en una gama agria de morados y rojos, Los Ermitaños San Antonio y San Pablo, y principalmente sus dos obras capitales: Las Meninas y Las Hilanderas, en las que reproduce de forma naturalista la atmósfera que hay entre los personajes y el observador, logrando esa sensación aérea y real en que llega a pintar, sin el lirismo musical de alguno pintores como Claudio de Lorena y sin el afán escultórico de otros como el propio Miguel Angel, la pintura más pintura que haya habido hasta nuestros días.

Para que se estudia arte - por Marta Traba (Especial para el Aguilucho 1960)



El problema de estudiar historia del arte, de interesarse por el arte, es de los más misteriosos que pueden plantearse a un estudiante. En el bachillerato están libres de esta vaga amenaza, porque el arte no figura en las "nociones generales", que se imparten escrupulosamente para que lleguen a la universidad con la famosa "tabla rasa", con bellas mentes en blanco. Pero al llegar a la universidad, se encuentran con el hecho inadmisible de que, cualquiera sea la carrera que sigan, incluso las más remotas y alejadas de la historia del arte, incluyen hoy esta materia junto con un programa general de Humanidades. En el regimen de confianza y franqueamiento entre profesor y alumno que practicamos por lo general en la universidad, muchas veces se me ha confesado el estupor con que reciben la noticia de tener que "estudiar arte": porque, ¿ para qué sirve el arte? ¿Qué finalidad puede cumplir dentro de una profesión perfectamente definida y concreta como la medicina, la economía o la arquitectura?
La gran variedad de preguntas que los estudiantes se hacen alrededor de este asunto pueden resumirse en una sola: ¿cuál es la utilidad de esta materia? La pregunta, en sí, es ya un hecho desconsolador. Se supone que, específicamente, y por su misma edad, un muchacho debe tener más libertad de imaginación y más opulenta fantasía que la gente sumergida en la rutina diaria y limitada dentro de sus problemas y sus responsabilidades. Pero se supone mal. El estudiante quiere sacar partido de las cosas, especula sin cesar con ellas y considera la fantasía como un devaneo perfectamente al margen del aprendizaje de cosas concretas a que se somete de buen o mal grado.
Introducido ya con cierta irónica resignación en una materia tan inútil, es sorprendente su intolerancia hacia toda forma artísitica que se sale de la realidad y que se atreve a deformarla, estilizarla, en términos más generales, que se anima a alterar de manera visible el orden de las cosas dado en la naturaleza. Mis sorpresas con los estudiantes son interminables. ¿Qué puede importarle, a un hombre de veinte años que una mesa esté al revés o al derecho, puesto que está en la edad en que tantos sueños absurdos pasan o deberían pasar por su cabeza? Pues le importa enormemente que esté al derecho, considera ofensiva cualquier falta de perspectiva, juzga como si

lunes, 13 de julio de 2009

La Exposición se extiende hasta el 31 de Julio

A los seguidores del Blog y a todos los interesados en la obra de Luis Caballero, se les informa que la exposición se ha extendido hasta el día 31 de Julio; así que si no la ha visitado está a tiempo para hacerlo.

miércoles, 10 de junio de 2009

Biografía


Autoretrato 1979 plumilla/papel 29x39 cms


LUIS CABALLERO
(1943- 1995)

Nace en Bogotá. Estudia en el Gimnasio Moderno y en Madrid (España) donde visita el Museo de El Prado y hace acuarelas de paisajes y marinas desde los doce años.
Estudia Bellas Artes en la Universidad de los Andes con maestros como Antonio Roda y Marta Traba. Sus primeros cuadros son influenciados por Velásquez.
Vive en París con su familia donde es alumno de la Academia La Grande Chaumière. Hace su primera exposición en la galería Tournesol, un trabajo contemporáneo, figurativo, influenciado por Francis Bacon.
Se casa con la artista norteamericana Terry Guitar.
Es profesor de dibujo en la Universidad de los Andes y de la Jorge Tadeo Lozano. Su búsqueda en el arte adquiere un lenguaje propio derivado del pop art, con figuras estáticas, de colores planos, especies de maniquíes.
En 1968 se gana el primer premio en la I Bienal de Coltejer en Medellín con una obra monumental llamada por él “La pequeña Capilla Sixtina” y por los críticos “La cámara del amor” compuesta por dieciocho paneles que envuelven al espectador para hacerlo partícipe de la obra que hoy en día se encuentra exhibida de manera permanente en el Museo de Antioquia.
Se instala en París y en los años setenta sus cuadros toman otro rumbo: las figuras son más estilizadas y volátiles, masculinas y femeninas, que se buscan, se entrelazan, se abrazan, se rechazan en un sentimiento erótico y con alusión a los temas religiosos.
Con el ingrediente de la violencia, deriva en los ochentas en una búsqueda única del cuerpo masculino, que será lo que le interese y lo conmueva hasta el final de sus días, pasando por el clasicismo, lo académico, el manierismo y llegar casi a lo abstracto.
Más que pintor Caballero fue un dibujante. Sus grandes obras son delineadas para luego llenarlas de color y sus retratos y grabados lo demuestran.
Hizo exposiciones en Europa, en Estados Unidos y en Colombia en numerosas galerías e instituciones. Su obra está en importantes colecciones europeas y colombianas. La colección de arte del banco de la República tiene una sala dedicada exclusivamente a obras suyas de gran formato.
Se han publicado tres libros sobre su obra y varios videos.